Narrativa
del 75 a
nuestros días.
Conocida como la segunda Restauración, en
noviembre de 1975, tras la muerte del general Franco, las Cortes Españolas
tomaron juramento al rey Juan Carlos I: la transición política había comenzado.
La ansiada democracia y la lucha por las libertades y derechos de los
ciudadanos desembocó en la aprobación por referéndum de la Constitución Española
de 1978, y a partir de ahí los gobiernos elegidos democráticamente, aunque con
alguna sombra como la intentona golpista del 23 febrero 1981.
Tras la generación renovadora del 60,
encontramos tres nuevas generaciones. Los
integrantes de la generación del 75 responden al experimentalismo con
una contundente normalización narrativa, actitudes más fabuladoras, variedad de
tendencias y recuperación de técnicas más tradicionales. La generación de
los 80 sigue a la generación anterior y recupera tendencias como la novela
social y la experimentalista. La generación de los 90 se adscribe a las
tendencias en medio de las presiones comerciales del mercado.
La generación del 75 protagoniza el cambio
narrativo de la
Transición. Los escritores unidos de entrada al realismo
social, pronto se apartan de la experimentación y reaccionan contra ella en un
intento de moderar sus excesos y clarificar sus estructuras narrativas. Al eliminarse
de forma progresiva la complejidad textual, se proponen un retorno al
argumento, a la creación de personajes y a la narración de una historia cerrada
y continua con personas narrativas tradicionales. La consecuencia es que desde
el año 75 la novela vive un período de satisfacción creciente. En su evolución,
hay tres etapas: en la primera década los novelistas, liberados de la censura y
atenuados los compromisos políticos e ideológicos, se interesan por los temas y
motivos más fabuladores, en un tiempo titubeante lleno de expectativas. En la
década de 1980 alcanzan su madurez literaria, y escriben sus títulos más
relevantes. En los 90 la tendencia general es hacia la transparencia narrativa,
e incluso hacia la comercialidad.
Álvaro
Pombo, en su tendencia de realismo psicológico escribe El
parecido (79), Los delitos
insignificantes (86) y Donde las
mujeres (96) donde sondea el interior del ser humano. Hay que mencionar
también dos novelistas que añaden al tratamiento psicológico un especial empeño
en la configuración técnica: José María
Guelbenzu, renovador estructural en sus primeras novelas, El río
de la luna (81) y alcanza su más inquietantes indagaciones psicológicas en La mirada (87) o Un peso en el mundo (99); y Enrique Vila-Matas, escritor que intenta
descubrir la relación oculta del ser humano con la realidad cotidiana a través de
estructuras fragmentarias como en Una casa para siempre (88), Lejos de Veracruz
(95). En esta tendencia entrarían las novelas de Javier Marías como Todas las
almas (89) o Corazón tan blanco
(92). El realismo se abre también a otras posibilidades imaginativas y
fantásticas: Luis Mateo Díez no se
pliega a las presiones del mercado, presenta una evolución que discurre desde
la sencillez estructural hasta la complejidad de las últimas, La fuente de la edad (86), El expediente del náufrago (92), y en su
comarca de “Celama” El espíritu del
páramo, 96, y La ruina del cielo
(99). Similar proceso de mitificación, partiendo del realismo y recurriendo a
formas novelescas más variadas, realiza Eduardo
Mendoza con la ciudad de Barcelona, en La
ciudad de los prodigios (86) o Una
comedia ligera (96). José María
Merino, el autor más importante del género fantástico, suplanta la realidad
por una imaginación o un territorio metaliterario: Novela de Andrés Choz, El centro del aire (91) Las visiones de Lucrecia, (97).
El realismo expresionista aparece en otros
autores. Juan Pedro Aparicio, se
afirma en la visión distorsionada de la realidad histórica española en obras
como El año del francés (86), Retratos de ambigú (89) o ambientes
agobiantes como El viajero de Leicester (98).
Manuel Longares crea un texto
original en un explícito expresionismo en Soldaditos
de Pavía (84) y sin abandonar esta tendencia, escribe Romanticismo (2001), una novela mucho más objetiva y social. Manuel de Lope alterna las atmósferas
psicológicas inquietantes y personajes con una visión deformada de la realidad en
Madrid continental (87) y Bella en las tinieblas (97).
Un apartado especial lo constituye la
novela histórica, que cobra un auge notable con novelistas como Eduardo Alonso –Los jardines de Aranjuez (86) o Flor
de jacarandá (91); Raúl Ruiz, con
un tratamiento paródico y atemporal en obras como El
tirano de Taormina, o Sixto VI ;
y Lourdes Ortiz, que publica una
sorprendente novela histórica Urraca
(1982).
En la década de 1980, España entra en la UE y con ella la ocasión más
notoria para consolidar su modernización política, económica y social: la
sociedad del bienestar. La generación de los 80 intensifica la tendencia
realista, que en ocasiones puede llegar a la visión crítica y social. Rafael Chirbes, parte del franquismo
hasta el presente en títulos como La
larga marcha (96) o La caída de
Madrid (2000) y Los viejos amigos
(2003). Miguel Sánchez Ostiz alterna
obras de evocación de la memoria como Tanger-Bar
(87) con otras de crítica contra la sinrazón y las lacras de la sociedad Un Infierno en el jardín (95) y La flecha del miedo (2000); Mercedes Soriano se sitúa en un
realismo social contundente en Historia de
no (89) y Contra vosotros (91). Francisco J. Satué alterna el realismo
existencial en Desolación del héroe (89) con el realismo social en El caso Timmerman (99). Otra tendencia fue la novela mítica, la
mitificación épica de la tierra y sus gentes, de una cultura rural a punto de
desaparecer frente a la civilización urbana, Julio Llamazares en La lluvia
amarilla (88) y Escenas de cine mudo
(94). Luis Landero mitifica la
propia creación literaria en Juegos de la
edad tardía (89) y Gustavo Martín Garzo, une mito y leyenda,
realidad y fantasía en El lenguaje de las
fuentes (93); la novela expresionista tiene un digno representante, Antonio Soler, con obras cercanas a las
tragedias grotescas: Las bailarinas
muertas (96) o El nombre que ahora
digo (99); la novela psicológica representada por Francisco Solano y La noche
mineral (95) y Javier García Sánchez con Los amores secretos (87) y La
vida fósil(96);la novela discursiva y experimentalista está representada
por Agustín Cerezales y sus novelas La paciencia de Juliette (97) y Mi viajera
(2001). Dos autores requieren un comentario aparte por su evolución hacia un
tipo de novela más comercial: Antonio
Muñoz Molina con sus éxitos de ventas Ardor
guerrero (95) y Plenilunio (97); y Almudena
Grandes con Las edades de Lulú
(89) o Atlas de geografía humana (98) mientras pasó desapercibida su mejor novela Te llamaré viernes (91).
La bonanza económica de los años 90
convierte a la novela en un objeto industrial de consumo solo presente si es rentable. La consecuencia
es la consolidación de la novela normalizada, comercial y políticamente
correcta. Las tendencias anteriores se prolongan en autores realistas como Benjamín Prado, Alguien se acerca (98) y No
solo el fuego (99). Dentro del realismo social Belén Gopegui, con su obra comprometida La conquista del aire (98) donde denuncia los mecanismos arbitrarios
del poder y Luis Magrinya, que en Los dos Luises (2000) presenta las
maquinaciones desde el poder cultural de unos personajes caricaturizados. En la
novela mítica se destacan los dos títulos de Andrés Ibáñez La música del
mundo (95) y El mundo en la era de Varick (99) donde reflexiona sobre aspectos cercanos a la
metafísica y la estética. En la tendencia evocadora de la memoria, Ángel García Galiano con El mapa de las aguas (98) y Eloy Tizón, de corte psicológico Seda salvaje (95) y Labia (2001). En novela histórica
Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias (96)
yJuana Salabert con Varadero (96).
La novela en el momento actual puede ser
contemplada desde un punto de vista económico y concebida como producto
industrial de consumo, al igual que las demás actividades culturales; También
se contempla como manifestación cultural de la sociedad del bienestar, producto
de prestigio apoyado por el poder político y económico. En tercer lugar la
novela es instrumento de ocio y entretenimiento pues la modernidad ha atribuido
a la literatura la función de evasión del ser humano ante las circunstancias
adversas de la vida. Por último, la novela es una obra literaria con todos los
componentes distintivos que pertenecen a un género literario concreto,
poliédrico y cambiante, ficción narrativa que crea un mundo estético autónomo
que transmite una visión de la realidad y tiene como meta la transformación de
la realidad desde un consecuente compromiso con el ser humano.
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