miércoles, 3 de abril de 2013

Novela de 1975 a nuestros días.


Narrativa del 75 a nuestros días.
Conocida como la segunda Restauración, en noviembre de 1975, tras la muerte del general Franco, las Cortes Españolas tomaron juramento al rey Juan Carlos I: la transición política había comenzado. La ansiada democracia y la lucha por las libertades y derechos de los ciudadanos desembocó en la aprobación por referéndum de la Constitución Española de 1978, y a partir de ahí los gobiernos elegidos democráticamente, aunque con alguna sombra como la intentona golpista del 23 febrero 1981. 
Tras la generación renovadora del 60, encontramos tres nuevas generaciones.  Los integrantes de la generación del 75 responden al experimentalismo con una contundente normalización narrativa, actitudes más fabuladoras, variedad de tendencias y recuperación de técnicas más tradicionales. La generación de los 80 sigue a la generación anterior y recupera tendencias como la novela social y la experimentalista. La generación de los 90 se adscribe a las tendencias en medio de las presiones comerciales del mercado.
La generación del 75 protagoniza el cambio narrativo de la Transición. Los escritores unidos de entrada al realismo social, pronto se apartan de la experimentación y reaccionan contra ella en un intento de moderar sus excesos y clarificar sus estructuras narrativas. Al eliminarse de forma progresiva la complejidad textual, se proponen un retorno al argumento, a la creación de personajes y a la narración de una historia cerrada y continua con personas narrativas tradicionales. La consecuencia es que desde el año 75 la novela vive un período de satisfacción creciente. En su evolución, hay tres etapas: en la primera década los novelistas, liberados de la censura y atenuados los compromisos políticos e ideológicos, se interesan por los temas y motivos más fabuladores, en un tiempo titubeante lleno de expectativas. En la década de 1980 alcanzan su madurez literaria, y escriben sus títulos más relevantes. En los 90 la tendencia general es hacia la transparencia narrativa, e incluso hacia la comercialidad.
Álvaro Pombo, en su tendencia de realismo psicológico escribe  El parecido (79), Los delitos insignificantes (86) y Donde las mujeres (96) donde sondea el interior del ser humano. Hay que mencionar también dos novelistas que añaden al tratamiento psicológico un especial empeño en la configuración técnica: José María Guelbenzu, renovador estructural en sus primeras novelas,  El río de la luna (81) y alcanza su más inquietantes indagaciones psicológicas en La mirada (87) o Un peso en el mundo (99);  y Enrique Vila-Matas, escritor que intenta descubrir la relación oculta del ser humano con la realidad cotidiana a través de estructuras fragmentarias como en Una casa para siempre (88), Lejos de Veracruz (95). En esta tendencia entrarían las novelas de Javier Marías como Todas las almas (89) o Corazón tan blanco (92). El realismo se abre también a otras posibilidades imaginativas y fantásticas: Luis Mateo Díez no se pliega a las presiones del mercado, presenta una evolución que discurre desde la sencillez estructural hasta la complejidad de las últimas, La fuente de la edad (86), El expediente del náufrago (92), y en su comarca de “Celama” El espíritu del páramo, 96, y La ruina del cielo (99). Similar proceso de mitificación, partiendo del realismo y recurriendo a formas novelescas más variadas, realiza Eduardo Mendoza con la ciudad de Barcelona, en La ciudad de los prodigios (86) o Una comedia ligera (96). José María Merino, el autor más importante del género fantástico, suplanta la realidad por una imaginación o un territorio metaliterario: Novela de Andrés Choz, El centro del aire (91) Las visiones de Lucrecia, (97).
El realismo expresionista aparece en otros autores. Juan Pedro Aparicio, se afirma en la visión distorsionada de la realidad histórica española en obras como El año del francés (86), Retratos de ambigú (89) o ambientes agobiantes como El viajero de Leicester (98). Manuel Longares crea un texto original en un explícito expresionismo en Soldaditos de Pavía (84) y sin abandonar esta tendencia, escribe Romanticismo (2001), una novela mucho más objetiva y social. Manuel de Lope alterna las atmósferas psicológicas inquietantes y personajes con una visión deformada de la realidad en Madrid continental (87) y Bella en las tinieblas (97).
Un apartado especial lo constituye la novela histórica, que cobra un auge notable con novelistas como Eduardo AlonsoLos jardines de Aranjuez (86) o Flor de jacarandá (91); Raúl Ruiz, con un tratamiento paródico y atemporal en obras como  El tirano de Taormina, o Sixto VI ; y Lourdes Ortiz, que publica una sorprendente novela histórica Urraca (1982).
En la década de 1980, España entra en la UE y con ella la ocasión más notoria para consolidar su modernización política, económica y social: la sociedad del bienestar. La generación de los 80 intensifica la tendencia realista, que en ocasiones puede llegar a la visión crítica y social. Rafael Chirbes, parte del franquismo hasta el presente en títulos como La larga marcha (96) o La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003). Miguel Sánchez Ostiz alterna obras de evocación de la memoria como Tanger-Bar (87) con otras de crítica contra la sinrazón y las lacras de la sociedad Un Infierno en el jardín (95) y La flecha del miedo (2000); Mercedes Soriano se sitúa en un realismo social contundente en Historia de no (89) y Contra vosotros (91). Francisco J. Satué alterna el realismo existencial en Desolación del héroe (89) con el realismo social en El caso Timmerman (99). Otra tendencia fue la novela mítica, la mitificación épica de la tierra y sus gentes, de una cultura rural a punto de desaparecer frente a la civilización urbana, Julio Llamazares en La lluvia amarilla (88) y Escenas de cine mudo (94). Luis Landero mitifica la propia creación literaria en Juegos de la edad tardía (89) y Gustavo Martín Garzo, une mito y leyenda, realidad y fantasía en El lenguaje de las fuentes (93); la novela expresionista tiene un digno representante, Antonio Soler, con obras cercanas a las tragedias grotescas: Las bailarinas muertas (96) o El nombre que ahora digo (99); la novela psicológica representada por Francisco Solano y La noche mineral (95) y Javier García Sánchez con Los amores secretos (87) y La vida fósil(96);la novela discursiva y experimentalista está representada por Agustín Cerezales y sus novelas La paciencia de Juliette (97) y Mi viajera (2001). Dos autores requieren un comentario aparte por su evolución hacia un tipo de novela más comercial: Antonio Muñoz Molina con sus éxitos de ventas Ardor guerrero (95) y Plenilunio (97); y Almudena Grandes con Las edades de Lulú (89) o Atlas de geografía humana (98) mientras pasó desapercibida su mejor novela Te llamaré viernes (91).
La bonanza económica de los años 90 convierte a la novela en un objeto industrial de consumo   solo presente si es rentable. La consecuencia es la consolidación de la novela normalizada, comercial y políticamente correcta. Las tendencias anteriores se prolongan en autores realistas como Benjamín Prado, Alguien se acerca (98) y No solo el fuego (99). Dentro del realismo social Belén Gopegui, con su obra comprometida La conquista del aire (98) donde denuncia los mecanismos arbitrarios del poder y Luis Magrinya, que en Los dos Luises (2000) presenta las maquinaciones desde el poder cultural de unos personajes caricaturizados. En la novela mítica se destacan los dos títulos de Andrés Ibáñez La música del mundo (95) y El mundo en la era de Varick (99)  donde reflexiona sobre aspectos cercanos a la metafísica y la estética. En la tendencia evocadora de la memoria, Ángel García Galiano con El mapa de las aguas (98) y Eloy Tizón, de corte psicológico Seda salvaje (95) y Labia (2001). En novela  histórica Antonio Orejudo, Fabulosas narraciones por historias (96) yJuana Salabert con Varadero (96).
La novela en el momento actual puede ser contemplada desde un punto de vista económico y concebida como producto industrial de consumo, al igual que las demás actividades culturales; También se contempla como manifestación cultural de la sociedad del bienestar, producto de prestigio apoyado por el poder político y económico. En tercer lugar la novela es instrumento de ocio y entretenimiento pues la modernidad ha atribuido a la literatura la función de evasión del ser humano ante las circunstancias adversas de la vida. Por último, la novela es una obra literaria con todos los componentes distintivos que pertenecen a un género literario concreto, poliédrico y cambiante, ficción narrativa que crea un mundo estético autónomo que transmite una visión de la realidad y tiene como meta la transformación de la realidad desde un consecuente compromiso con el ser humano.

Novela posterior a 1936 hasta los 70.


LA NOVELA DESDE LA GUERRA CIVIL


La novela de postguerra se inicia con la pérdida de referencias literarias, motivada por la muerte de algunos escritores ( Unamuno, Valle Inclán), el exilio de otros (Aub, Ayala, Sender), la censura y la imposibilidad de importar textos de autores extranjeros prohibidos (Graham Green, Malraux, Dos Passos, Hemingway). Las innovaciones de autores como Joyce, Proust o Faulkner tardaron en convertirse en lectura habitual. 


A.     La novela en el exilio


Los autores exiliados trataron principalmente temas de contenido social y de recuperación de la realidad española y sin contacto con el mundo español escribirán sus mejores obras. Entre ellos destacan:

Max Aub. Su obra más importante es la serie de los “Campos”, seis obras sobre la guerra civil y el exilio en los campos de concentración de Francia, acontecimientos en gran medida autobiográficos, entre ellos Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto(1951). Dentro del realismo tradicional La calle de Valverde (1961).
Ramón J. Sender. En su obra es constante la indagación en los más diversos aspectos de la naturaleza humana. Su novela más lograda, Réquiem por un campesino español (1953) expone los problemas de conciencia de un cura, Mosén Millán, que no ha podido evitar el fusilamiento de un joven campesino educado por él, hecho perpetrado por un grupo de nacionales durante la Guerra. Crónica del alba (1942-1966) se compone de nueve novelas de sabor autobiográfico. La tesis de Nancy (1966) expone los graciosos equívocos de una estudiante norteamericana en España debido a su escaso conocimiento de costumbres y lengua españoles. 
Francisco Ayala. Autor vivo en la actualidad, escribió Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962) con la temática de la dictadura. Sus memorias fueron recogidas en Recuerdos y olvidos ( 1982-1988).
Rosa Chacel. Influenciada por Ortega y Gasset, sus novelas se aproximan al ensayo por ser exponentes de una concepción filosófica. En sus obras es constante el motivo de la memoria como forma de recuperar la identidad vital entre otras Memorias de Leticia Valle (1945) y Barrio de Maravillas (1976).

B.     La novela en los años 40 (conocida como existencial)


Esta etapa se caracteriza por la presencia de la realidad como tema literario. Son años de ruptura con el pasado reciente y en los que coexisten varias tendencias: la novela nacionalista – con autores como Rafael García Serrano,  el realismo tradicional –con Juan Antonio de Zunzunegui e Ignacio Agustí- , la novela humorística y fantástica –con Wenceslao Fernández Flórez-, y el tremendismo, unido en ocasiones, a una visión existencialista. Entre los autores más importantes están:

Camilo José Cela. La familia de Pascual Duarte (1942) inauguró la corriente del tremendismo, que impregnó la literatura en los años de postguerra: en ella un campesino extremeño condenado a muerte relata su vida, llena de episodios terribles, como el asesinato de su propia madre. Con una visión temporal selectiva, el autor retoma de la tradición picaresca el modelo de carta para explicar la autobiografía y un narrador en primera persona, Pascual Duarte, que a pesar de su incultura es capaz de realizar reflexiones profundas. Del realismo toma la figura del transcriptor –“manuscrito encontrado”- que halló los manuscritos en una farmacia de Almendralejo, segundo narrador de la obra. Con una prosa en la que destaca la crudeza del lenguaje, Cela se presenta como el maestro de la etopeya.   En 1951 apareció La colmena y a su vez marcó el camino de la novela en los años 50. Esta novela, cargada de pesimismo, refleja la vida del Madrid de 1942, el argumento es mínimo, y los personajes se mueven por dos motivos constantes: el hambre y el sexo. El protagonismo es colectivo –unos 160 de cierta relevancia-, el tiempo se reduce a tres días y el espacio está limitado a una zona de Madrid. A través del diálogo entre los personajes, se transmite una sensación de colectividad y simultaneidad a través de la técnica del contrapunto, alternancia de secuencias simultáneas en lugares distintos. Otras obras de Cela son Mazurca para dos muertos (1983) y de especial dedicación a los libros de viajes, como Viaje a la Alcarria (1948) y Viaje al Pirineo de Lérida (1965).
Carmen Laforet gana el Premio Nadal de 1944 con Nada, una novela de aprendizaje donde se unen personajes frustrados, catástrofes personales y un ambiente opresivo y sórdido, entregando una visión pesimista de la realidad.

C.     La novela en los años 50

La novela de estos años continuó la tradición del realismo de los cuarenta y sus características se mantienen hasta el principio de la década de los 60. Junto a la influencia de La colmena, otras aportaciones extranjeras enriquecen la narrativa, entre ellas el conductismo o behaviorismo norteamericano –no hay introspección ni pensamiento de los personajes, todo el relato se basa en el diálogo-, el objetivismo francés y su narrador “objetivo”,  y el neorrealismo italiano. Aunque la censura política, religiosa y sexual seguía vigente, los autores se plantearon un compromiso ético con la realidad circundante, reflejar la situación en la que vivían los españoles de la época.   Se distinguen dos tendencias:

a) Novela social. Los narradores sociales entendieron la literatura como una forma de concienciar al público y de influir en su postura ideológica. El trabajo y las nuevas injusticias es el tema de relatos como La mina de López Salinas, La zanja, de Alfonso Grosso, Central eléctrica de López Pacheco; la emigración a la ciudad aparece en La piqueta, de Antonio Ferres. Otras obras importantes son Las afueras de Luis Goytisolo,  y Tormenta de verano,  de Juan García Hortelano.

b) Novela neorrealista. Los escritores neorrealistas consideraban que la realidad implicaba también las vivencias personales del individuo, lo que les permitió mostrar otro aspecto del mundo a través de temas como la soledad, la frustración o la decepción. Para estos autores, el compromiso ético significó una actitud personal. El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio se convirtió en la obra de mayor repercusión de esta tendencia, ejemplo de la técnica conductista: la anécdota es reducida, el tiempo también –unas dieciséis horas-, el lugar se acota a orillas de un  río –zona baja-,  y en un taberna de la zona alta, el protagonismo es colectivo repartido en dos grupos –la pandilla de jóvenes y el grupo de adultos de la taberna-, el narrador solo ofrece lo externo, el diálogo de los personajes, a través de la técnica de la cámara, como imágenes visuales filmadas; en este relato se ofrece la visión fatalista de la vida: no pasa nada en la novela hasta que una de la chicas de la pandilla, Lucita,  muere ahogada en el río.
La obra de Ignacio Aldecoa constituye un testimonio de la España de postguerra, llena de decepciones y angustias; con sus novelas pretendía realizar una pintura de los distintos sectores  sociales (gitanos, pescadores, guardias civiles) entre ellas El fulgor y la sangre o Gran sol; en sus cuentos se observan ciertas constantes como los oficios, la emigración, la vida en la ciudad, los niños. Entre las escritoras representativas de esta tendencia Carmen Martín Gaite y su novela  Entre visillos, y Ana María Matute, con Pequeño teatro.

D.     La novela en los años 60 (experimental)

Los autores de los sesenta introdujeron novedades en el discurso narrativo retomando los hallazgos de la novela europea y americana de principios de siglo (Joyce, Kafka, Proust, Faulkner, Beckett) a los que se unirán las innovaciones del “boom” en la novela hispanoamericana. Estos narradores centrarán sus esfuerzos en la renovación formal y en la experimentación técnica y lingüística. Sus características generales son:

-          Pérdida de relieve de la historia, el argumento, la acción es mínima.
-          Empleo flexible de las personas narrativas. Alternancia de la primera o la tercera, y con frecuencia la segunda. El perspectivismo otorga distintos puntos de vista sobre un mismo hecho.
-          Ruptura de la linealidad temporal. El espacio se reduce a veces a un marco impreciso.
-          Uso del monólogo interior o “fluir de la conciencia”. Así se expresa la interioridad de unos personajes conflictivos, y como la conciencia no sigue las normas gramaticales se produce la desestructuración de la sintaxis.
-          Riqueza lingüística: léxico elaborado junto a lenguaje coloquial o vulgar, rupturas sintácticas, oraciones largas unidas a frases breves, casi telegráficas.
-          Importancia de la visualidad. Supone el uso de innovaciones tipográficas –organización de la página, dibujos-; en ocasiones no hay signos de puntuación, y se eliminan las divisiones en partes o capítulos, el fragmentarismo del texto se consigue por el uso de espacios en blanco.

Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos marcó un hito en la novela española contemporánea. Su argumento llega en ocasiones al melodrama y emparenta incluso con el género folletinesco: Pedro, un médico dedicado a la investigación se ve involucrado en la muerte de una joven a la que se le ha practicado un aborto, sale exculpado pero despedido del centro donde trabaja; el novio de la joven fallecida, creyéndole culpable, mata a la novia de Pedro. Finalmente, decide abandonar la ciudad y dedicarse a la medicina rural. Este argumento sirve para realizar una radiografía de los diferentes grupos sociales del Madrid de los años cuarenta, pero el planteamiento crítico no solo es social, sino que abarca cuestiones de carácter individual. Se alterna la presencia de un narrador omnisciente con el monólogo interior y el uso de la segunda persona, con lo que el texto ofrece múltiples perspectivas, a través de un lenguaje es culto y de elaboración literaria, a veces casi barroca.

Juan Goytisolo. En su obra Señas de identidad aparecerá un tema constante en la obra de este autor: el rechazo de una interpretación parcial de la historia y la cultura españolas. Transmite vivencias de los acontecimientos –por lo que abandona el objetivismo por el más puro subjetivismo- incorporando aspectos individuales a los sociales, con todas las renovaciones formales de la novela moderna

Gonzalo Torrente Ballester. Iniciado en la novela nacionalista con Javier Mariño (1943), su obra se extiende a toda la segunda mitad del XX. Con La saga/fuga de J.B. (1972) crea una novela de carácter intelectual basada en el monólogo interior, en la que se mezclan pasado, presente y futuro de un pueblo imaginario de Galicia, Castroforte. La historia española se ve sometida a una revisión paródica y las iniciales J.B. funcionan como claves de un nombre que puede corresponder a diferentes personajes. Los aspectos fantásticos le confieren una atmósfera irreal totalmente alejada del realismo. En una línea de realismo tradicional destaca la trilogía de Los gozos y las sombras (1957-62) sobre la realidad gallega en los años de la República.

Miguel Delibes. Su trayectoria narrativa constituye una síntesis de las tendencias narrativas desde la postguerra a la actualidad: el existencialismo de La sombra del ciprés es alargada (1948), el objetivismo de La hoja roja (1959) o las innovaciones narrativas en  Parábola de náufrago (1969). En 1966 publica Cinco horas con Mario, el soliloquio –con abundantes reproches- de una mujer que dialoga imaginariamente con su marido la noche en que vela su cadáver: la incomprensión mutua de una pareja sirve como reflejo de la situación social en la que conviven dos visiones muy diferentes de la España de aquellos años. La esquela mortuoria inicia la obra, limitada a doce horas, pero mediante el monólogo de Carmen realiza saltos temporales, recorriendo subjetivamente veinte años de su vida. El uso de la segunda persona aproxima al lector a lo narrado y el punto de vista es el de la protagonista. El ámbito rural tratado en obras como El camino (1950) o Las ratas (1962) volvió a retomarlo con Los santos inocentes (1981), muestra de la oposición entre la vida del señorito y sus servidores, con  importantes renovaciones formales: la narración, diálogo y descripción presentes no respetan los signos de puntuación.   
  
E.     La novela desde los años setenta

A finales de los sesenta se produjo una corriente conocida como experimentalismo, que manifestaba un rechazo total por la anécdota, y entre los escritores adscritos a esta tendencia encontramos a José Mª Guelbenzu, Félix de Azúa, Juan Cruz y Juan Eslava Galán. Mención aparte merece Juan Benet y Volverás a Región de 1968, con un tipo de novela basada en la elaboración del lenguaje y la reflexión.

A partir de los años setenta, la novela se caracteriza por la coexistencia de distintas tendencias y estilos anteriores. Dentro de la diversidad se detectan estos rasgos comunes: 

-          Renovado interés por la historia –regreso a la narratividad- y la variedad estilística
-          Variedad de temas.  Todos los temas están presentes, desde el realismo al compromiso ético, la reconstrucción histórica o la pura fantasía. La novela lírica y emotiva aparece en obras como La lluvia amarilla de Julio Llamazares, 1988, y la Guerra civil, como trasfondo de la historias aparece en El pianista de Vázquez Montalbán o El lápiz del carpintero (1998) de Manuel Rivas.
-          Presencia de la metanovela, cuando la novela habla de la novela. Entre ellas Beatus ille (1986) de Antonio Muñoz Molina o Novela de Andrés Choz de José María Merino (1976).

La novela policíaca combina la narración de una historia interesante con aspectos sociales y de denuncia. En España este modelo nación con La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza (1975) que recrea la Barcelona de principios de siglo y los conflictos de la Semana Trágica. Eduardo Mendoza ha seguido este camino en otras obras como El misterio de la cripta embrujada (1979) o La aventura del tocador de señoras (2001). En esta misma línea están las obras de Manuel Vázquez Montalbán, creador de la saga del detective Carvalho, ex comunista y ex agente de la CIA: Asesinato en el Comité Central (1981) o El hombre de mi vida (2000).

La novela histórica supone la recreación de hechos históricos y se vio influida por la obra de Umberto Eco El nombre de la rosa (1980). En esta línea pueden citarse En busca del unicornio (1987) de Juan Eslava Galán, El hereje de Delibes, (1998),  El capitán Alatriste  (1998) de Arturo Pérez Reverte o Urraca (1991) de Lourdes Ortiz.

Dentro de la narrativa basada en la importancia de la intriga encontramos a Javier Marías: desde sus primeras obras la impronta de la intriga mueve los hilos de la historia, del misterio y de la aventura, imaginaria o vivida, unida a los viajes. Mezcla narración y reflexión, y mediante un narrador protagonista en primera persona juega con el tiempo presentando situaciones repetidas en momentos temporales diferentes. Entre otras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan blanco (1992) –con el tema del azar como un instrumento del destino que juega con los individuos- y Mañana en la batalla piensa en mí (1994).   

En todas las novelas de Antonio Muñoz Molina el interés por la historia narrada es primordial, y en ellas es habitual el valor de la memoria como recuperación de una vida y la presencia de una intriga como eje estructurador del relato. La intriga adquieres características policiales en El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros (1989). En Plenilunio (1997muestra cómo lo más terrible puede formar parte de nuestra vida cotidiana –el asesinato de una niña-.