La novela de postguerra se
inicia con la pérdida de referencias literarias, motivada por la muerte de
algunos escritores ( Unamuno, Valle Inclán), el exilio de otros (Aub, Ayala,
Sender), la censura y la imposibilidad de importar textos de autores
extranjeros prohibidos (Graham Green, Malraux, Dos Passos, Hemingway). Las
innovaciones de autores como Joyce, Proust o Faulkner tardaron en convertirse
en lectura habitual.
A.
La novela en el
exilio
Los autores exiliados
trataron principalmente temas de contenido social y de recuperación de la
realidad española y sin contacto con el mundo español escribirán sus mejores
obras. Entre ellos destacan:
Max
Aub. Su obra más importante es la
serie de los “Campos”, seis obras sobre la guerra civil y el exilio en los
campos de concentración de Francia, acontecimientos en gran medida
autobiográficos, entre ellos Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945),
Campo abierto(1951). Dentro del realismo tradicional La calle de
Valverde (1961).
Ramón
J. Sender. En su obra es constante la
indagación en los más diversos aspectos de la naturaleza humana. Su novela más
lograda, Réquiem por un campesino español (1953) expone los problemas de
conciencia de un cura, Mosén Millán, que no ha podido evitar el fusilamiento de
un joven campesino educado por él, hecho perpetrado por un grupo de nacionales
durante la Guerra. Crónica
del alba (1942-1966) se compone de nueve novelas de sabor autobiográfico. La
tesis de Nancy (1966) expone los graciosos equívocos de una estudiante
norteamericana en España debido a su escaso conocimiento de costumbres y lengua
españoles.
Francisco
Ayala. Autor vivo en la actualidad,
escribió Muertes de perro (1958) y El fondo del vaso (1962) con
la temática de la dictadura. Sus memorias fueron recogidas en Recuerdos y
olvidos ( 1982-1988).
Rosa
Chacel. Influenciada por Ortega y
Gasset, sus novelas se aproximan al ensayo por ser exponentes de una concepción
filosófica. En sus obras es constante el motivo de la memoria como forma de
recuperar la identidad vital entre otras Memorias de Leticia Valle
(1945) y Barrio de Maravillas (1976).
B.
La novela en los
años 40 (conocida como existencial)
Esta etapa se caracteriza
por la presencia de la realidad como tema literario. Son años de ruptura con el
pasado reciente y en los que coexisten varias tendencias: la novela
nacionalista – con autores como Rafael García Serrano, el realismo tradicional –con Juan Antonio
de Zunzunegui e Ignacio Agustí- , la novela humorística y fantástica
–con Wenceslao Fernández Flórez-, y el tremendismo, unido en ocasiones,
a una visión existencialista. Entre los autores más importantes están:
Camilo José Cela. La familia de Pascual Duarte (1942) inauguró la corriente del tremendismo, que
impregnó la literatura en los años de postguerra: en ella un campesino
extremeño condenado a muerte relata su vida, llena de episodios terribles, como
el asesinato de su propia madre. Con una visión temporal selectiva, el autor
retoma de la tradición picaresca el modelo de carta para explicar la
autobiografía y un narrador en primera persona, Pascual Duarte, que a pesar de
su incultura es capaz de realizar reflexiones profundas. Del realismo toma la
figura del transcriptor –“manuscrito encontrado”- que halló los manuscritos en una
farmacia de Almendralejo, segundo narrador de la obra. Con una prosa en la que
destaca la crudeza del lenguaje, Cela se presenta como el maestro de la
etopeya. En 1951 apareció La colmena
y a su vez marcó el camino de la novela en los años 50. Esta novela, cargada de
pesimismo, refleja la vida del Madrid de 1942, el argumento es mínimo, y los
personajes se mueven por dos motivos constantes: el hambre y el sexo. El
protagonismo es colectivo –unos 160 de cierta relevancia-, el tiempo se reduce
a tres días y el espacio está limitado a una zona de Madrid. A través del
diálogo entre los personajes, se transmite una sensación de colectividad y
simultaneidad a través de la técnica del contrapunto, alternancia de secuencias
simultáneas en lugares distintos. Otras obras de Cela son Mazurca para dos
muertos (1983) y de especial dedicación a los libros de viajes, como Viaje
a la Alcarria
(1948) y Viaje al Pirineo de Lérida (1965).
Carmen Laforet gana el Premio Nadal de 1944 con Nada, una
novela de aprendizaje donde se unen personajes frustrados, catástrofes
personales y un ambiente opresivo y sórdido, entregando una visión pesimista de
la realidad.
C. La novela en los años 50
La novela de estos años
continuó la tradición del realismo de los cuarenta y sus características se
mantienen hasta el principio de la década de los 60. Junto a la influencia de La
colmena, otras aportaciones extranjeras enriquecen la narrativa, entre
ellas el conductismo o behaviorismo norteamericano –no hay introspección ni
pensamiento de los personajes, todo el relato se basa en el diálogo-, el
objetivismo francés y su narrador “objetivo”,
y el neorrealismo italiano. Aunque la censura política, religiosa y
sexual seguía vigente, los autores se plantearon un compromiso ético con la
realidad circundante, reflejar la situación en la que vivían los españoles de
la época. Se distinguen dos tendencias:
a) Novela social. Los
narradores sociales entendieron la literatura como una forma de concienciar al
público y de influir en su postura ideológica. El trabajo y las nuevas
injusticias es el tema de relatos como La mina de López Salinas, La
zanja, de Alfonso Grosso, Central eléctrica de López
Pacheco; la emigración a la ciudad aparece en La piqueta, de Antonio
Ferres. Otras obras importantes son Las afueras de Luis Goytisolo, y Tormenta de verano, de Juan García Hortelano.
b) Novela neorrealista. Los
escritores neorrealistas consideraban que la realidad implicaba también las
vivencias personales del individuo, lo que les permitió mostrar otro aspecto
del mundo a través de temas como la soledad, la frustración o la decepción.
Para estos autores, el compromiso ético significó una actitud personal. El
Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio se convirtió en la obra de mayor
repercusión de esta tendencia, ejemplo de la técnica conductista: la anécdota
es reducida, el tiempo también –unas dieciséis horas-, el lugar se acota a
orillas de un río –zona baja-, y en un taberna de la zona alta, el
protagonismo es colectivo repartido en dos grupos –la pandilla de jóvenes y el
grupo de adultos de la taberna-, el narrador solo ofrece lo externo, el diálogo
de los personajes, a través de la técnica de la cámara, como imágenes visuales
filmadas; en este relato se ofrece la visión fatalista de la vida: no pasa nada
en la novela hasta que una de la chicas de la pandilla, Lucita, muere ahogada en el río.
La obra de Ignacio
Aldecoa constituye un testimonio de la España de postguerra, llena de decepciones y
angustias; con sus novelas pretendía realizar una pintura de los distintos
sectores sociales (gitanos, pescadores,
guardias civiles) entre ellas El fulgor y la sangre o Gran sol;
en sus cuentos se observan ciertas constantes como los oficios, la emigración,
la vida en la ciudad, los niños. Entre las escritoras representativas de esta
tendencia Carmen Martín Gaite y su novela Entre visillos, y Ana María Matute,
con Pequeño teatro.
D. La novela en los años 60 (experimental)
Los autores de los sesenta
introdujeron novedades en el discurso narrativo retomando los hallazgos de la
novela europea y americana de principios de siglo (Joyce, Kafka, Proust,
Faulkner, Beckett) a los que se unirán las innovaciones del “boom” en la novela
hispanoamericana. Estos narradores centrarán sus esfuerzos en la renovación
formal y en la experimentación técnica y lingüística. Sus características
generales son:
-
Pérdida de
relieve de la historia, el argumento, la acción es mínima.
-
Empleo flexible
de las personas narrativas. Alternancia de la primera o la tercera, y con
frecuencia la segunda. El perspectivismo otorga distintos puntos de vista sobre
un mismo hecho.
-
Ruptura de la
linealidad temporal. El espacio se reduce a veces a un marco impreciso.
-
Uso del monólogo
interior o “fluir de la conciencia”. Así se expresa la interioridad de unos
personajes conflictivos, y como la conciencia no sigue las normas gramaticales
se produce la desestructuración de la sintaxis.
-
Riqueza
lingüística: léxico elaborado junto a lenguaje coloquial o vulgar, rupturas
sintácticas, oraciones largas unidas a frases breves, casi telegráficas.
-
Importancia de la
visualidad. Supone el uso de innovaciones tipográficas –organización de la
página, dibujos-; en ocasiones no hay signos de puntuación, y se eliminan las
divisiones en partes o capítulos, el fragmentarismo del texto se consigue por
el uso de espacios en blanco.
Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos marcó un hito en
la novela española contemporánea. Su argumento llega en ocasiones al melodrama
y emparenta incluso con el género folletinesco: Pedro, un médico dedicado a la
investigación se ve involucrado en la muerte de una joven a la que se le ha
practicado un aborto, sale exculpado pero despedido del centro donde trabaja;
el novio de la joven fallecida, creyéndole culpable, mata a la novia de Pedro.
Finalmente, decide abandonar la ciudad y dedicarse a la medicina rural. Este
argumento sirve para realizar una radiografía de los diferentes grupos sociales
del Madrid de los años cuarenta, pero el planteamiento crítico no solo es
social, sino que abarca cuestiones de carácter individual. Se alterna la
presencia de un narrador omnisciente con el monólogo interior y el uso de la
segunda persona, con lo que el texto ofrece múltiples perspectivas, a través de
un lenguaje es culto y de elaboración literaria, a veces casi barroca.
Juan Goytisolo. En su obra Señas de identidad aparecerá un
tema constante en la obra de este autor: el rechazo de una interpretación
parcial de la historia y la cultura españolas. Transmite vivencias de los
acontecimientos –por lo que abandona el objetivismo por el más puro
subjetivismo- incorporando aspectos individuales a los sociales, con todas las
renovaciones formales de la novela moderna
Gonzalo Torrente
Ballester. Iniciado en la novela
nacionalista con Javier Mariño (1943), su obra se extiende a toda la
segunda mitad del XX. Con La saga/fuga de J.B. (1972) crea una novela de
carácter intelectual basada en el monólogo interior, en la que se mezclan
pasado, presente y futuro de un pueblo imaginario de Galicia, Castroforte. La
historia española se ve sometida a una revisión paródica y las iniciales J.B.
funcionan como claves de un nombre que puede corresponder a diferentes
personajes. Los aspectos fantásticos le confieren una atmósfera irreal
totalmente alejada del realismo. En una línea de realismo tradicional destaca
la trilogía de Los gozos y las sombras (1957-62) sobre la realidad
gallega en los años de la
República.
Miguel Delibes. Su trayectoria narrativa constituye una síntesis de
las tendencias narrativas desde la postguerra a la actualidad: el
existencialismo de La sombra del ciprés es alargada (1948), el
objetivismo de La hoja roja (1959) o las innovaciones narrativas en Parábola de náufrago (1969). En 1966
publica Cinco horas con Mario, el soliloquio –con abundantes reproches-
de una mujer que dialoga imaginariamente con su marido la noche en que vela su
cadáver: la incomprensión mutua de una pareja sirve como reflejo de la
situación social en la que conviven dos visiones muy diferentes de la España de aquellos años. La
esquela mortuoria inicia la obra, limitada a doce horas, pero mediante el
monólogo de Carmen realiza saltos temporales, recorriendo subjetivamente veinte
años de su vida. El uso de la segunda persona aproxima al lector a lo narrado y
el punto de vista es el de la protagonista. El ámbito rural tratado en obras
como El camino (1950) o Las ratas (1962) volvió a retomarlo con Los
santos inocentes (1981), muestra de la oposición entre la vida del señorito
y sus servidores, con importantes
renovaciones formales: la narración, diálogo y descripción presentes no
respetan los signos de puntuación.
E. La novela desde los años setenta
A finales de los sesenta
se produjo una corriente conocida como experimentalismo, que manifestaba un
rechazo total por la anécdota, y entre los escritores adscritos a esta
tendencia encontramos a José Mª Guelbenzu, Félix de Azúa, Juan
Cruz y Juan Eslava Galán. Mención aparte merece Juan Benet y Volverás
a Región de 1968, con un tipo de novela basada en la elaboración del
lenguaje y la reflexión.
A partir de los años
setenta, la novela se caracteriza por la coexistencia de distintas tendencias y
estilos anteriores. Dentro de la diversidad se detectan estos rasgos
comunes:
-
Renovado interés
por la historia –regreso a la narratividad- y la variedad estilística
-
Variedad de
temas. Todos los temas están presentes,
desde el realismo al compromiso ético, la reconstrucción histórica o la pura
fantasía. La novela lírica y emotiva aparece en obras como La lluvia amarilla
de Julio Llamazares, 1988, y la Guerra civil, como trasfondo de la historias
aparece en El pianista de Vázquez Montalbán o El lápiz
del carpintero (1998) de Manuel Rivas.
-
Presencia de la
metanovela, cuando la novela habla de la novela. Entre ellas Beatus ille
(1986) de Antonio Muñoz Molina o Novela de Andrés Choz de José
María Merino (1976).
La novela policíaca
combina la narración de una historia interesante con aspectos sociales y de
denuncia. En España este modelo nación con La verdad sobre el caso Savolta
de Eduardo Mendoza (1975) que recrea la Barcelona de principios
de siglo y los conflictos de la Semana Trágica. Eduardo Mendoza ha seguido
este camino en otras obras como El misterio de la cripta embrujada
(1979) o La aventura del tocador de señoras (2001). En esta misma línea
están las obras de Manuel Vázquez Montalbán, creador de la saga del
detective Carvalho, ex comunista y ex agente de la CIA : Asesinato en el Comité
Central (1981) o El hombre de mi vida (2000).
La novela histórica
supone la recreación de hechos históricos y se vio influida por la obra de Umberto
Eco El nombre de la rosa (1980). En esta línea pueden citarse
En busca del unicornio (1987) de Juan Eslava Galán, El hereje
de Delibes, (1998), El capitán
Alatriste (1998) de Arturo Pérez
Reverte o Urraca (1991) de Lourdes Ortiz.
Dentro de la narrativa
basada en la importancia de la intriga encontramos a Javier Marías: desde
sus primeras obras la impronta de la intriga mueve los hilos de la historia,
del misterio y de la aventura, imaginaria o vivida, unida a los viajes. Mezcla
narración y reflexión, y mediante un narrador protagonista en primera persona
juega con el tiempo presentando situaciones repetidas en momentos temporales
diferentes. Entre otras destacan Todas las almas (1989), Corazón tan
blanco (1992) –con el tema del azar como un instrumento del destino que
juega con los individuos- y Mañana en la batalla piensa en mí (1994).
En todas las novelas de Antonio
Muñoz Molina el interés por la historia narrada es primordial, y en ellas
es habitual el valor de la memoria como recuperación de una vida y la presencia
de una intriga como eje estructurador del relato. La intriga adquieres
características policiales en El invierno en Lisboa (1987) y Beltenebros
(1989). En Plenilunio (1997)
muestra cómo lo más terrible puede formar parte de nuestra vida
cotidiana –el asesinato de una niña-.
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