A la medianoche, una turba tumultuosa, animada con todas las voces de un motín y todos los alaridos de una bacanal, invadía las calles de San Bernardino. Llegó a la plazuela de Afligidos y la ocupó casi toda. El callejón de la plaza de la Cara de Dios contenía más de trescientas personas; y la algarabía era tan grande que no se podían distinguir claramente las voces pronunciadas por los más exaltados.
Al llegar al patio hubo un instante de vacilación, de terrible sorpresa. Una doble fila de soldados apuntaba a la multitud que, confiada en su fuerza, no pudo resistir un movimiento de terror, retrocediendo al ver que se la recibía de aquella manera. En el mismo instante sonó un tiro y cayó un soldado. Hizo fuego sin reparo la tropa, y una descarga nutrida envió más de veinte proyectiles sobre la muchedumbre.
La confusión fue entonces espantosa: avanzó la tropa; retrocedieron los paisanos, no sin disparar bastantes tiros y agitar las navajas, armas para ellos más seguras que el trabuco.”
Benito Pérez Galdós, La Fontana de Oro.
Al llegar al patio hubo un instante de vacilación, de terrible sorpresa. Una doble fila de soldados apuntaba a la multitud que, confiada en su fuerza, no pudo resistir un movimiento de terror, retrocediendo al ver que se la recibía de aquella manera. En el mismo instante sonó un tiro y cayó un soldado. Hizo fuego sin reparo la tropa, y una descarga nutrida envió más de veinte proyectiles sobre la muchedumbre.
La confusión fue entonces espantosa: avanzó la tropa; retrocedieron los paisanos, no sin disparar bastantes tiros y agitar las navajas, armas para ellos más seguras que el trabuco.”
Benito Pérez Galdós, La Fontana de Oro.
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